¿De qué nos avergonzamos?

Patricio Tapia

Junio 21.2019

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Es húmedo y caliente en Nueva Orleans y las especias y las generosas cantidades de ají no ayudan a que el calor disminuya. Sin embargo, en el gran salón del tradicional Hotel Roosevelt, el aire acondicionado hace bien su trabajo, manteniendo el ambiente perfectamente fresco como para catar los más de cien vinos que Wines of Chile (la oficina que promociona los vinos de este país en el exterior) ha dispuesto para los especialistas en la primera versión de Uncorked Chile.

El formato es el usual. Las bodegas pagan por participar y la reunión se organiza alrededor de seminarios y también almuerzos y comidas en donde los responsables (casi siempre enólogos) presentan sus vinos, aportando color e información para los asistentes, todos miembros del trade norteamericano.

Si uno mira los temas que se muestran, resumen lo que Chile es. Habiendo participado por ya varios años en este tipo de eventos, sé de primera mano que, tras muchas discusiones, lo que se termina mostrando representa con cierta fidelidad lo que Chile es o, al menos, lo que ha sido. Chile, por ejemplo, es cabernet sauvignon y también carménère: vinos de costa y vinos de montaña. Chile quiere ser fuente de grandes vinos y lo ha intentado por años, pero también quiere mostrar calidad en todos los niveles. Y, muchas veces, en la calidad se queda todo.

Pero Chile cambia. En este Uncorked Chile, por ejemplo, hay un par de seminarios rupturistas. El primero es una degustación de vinos de acuerdo con los suelos en los que se originan. Más allá de la variedad, de lo que se trata es de la influencia del granito, de la arcilla o de la arena y las piedras en los vinos. Esta es una forma, por cierto, mucho más precisa de mostrar el vino chileno, pensada para gente que tiene cierta preparación, pero aún así, una forma completamente novedosas, lejos del cliché de las cepas, algo en lo que este país se ha apoyado para vender. 

El segundo seminario es aún más rupturista. Trata sobre los vinos de secano. Los cinsault, país y carignan que nacen sobre los lomajes de Maule, Itata y Bío-Bío. Por años, Wines of Chile ha preferido obviar este tipo de vinos o dejarlos en un segundo plano, en degustaciones paralelas. Esta es la primera vez que se toman el main stage.

Me tocó a mí presentarlos. Y fue un placer hacerlo, sobre todo por la respuesta del público, cerca de 50 especialistas, desde sommeliers hasta compradores; gente que sabe y que se vio sorprendida no sólo por la calidad de las muestras, sino que especialmente por el carácter y el estilo de lo mostrado. Muchos de ellos hasta ese momento aún seguían creyendo que Chile solo era cabernet o syrah o carménère o sauvignon blanc. De cierta forma, esta fue una revelación.

Fue una revelación y también un gran avance. Pero aún falta mucho, sobre todo porque al interior de la escena de vinos chilena se sigue discutiendo sobre cómo seducir al consumidor, como volver a encantarlo con los vinos de Chile, luego de que en los 90s irrumpieran en el mercado con tintos baratos y buenos, una imagen de la que este país aún no puede desprenderse del todo.

Se ha intentado con los llamados “íconos”, una movida que se inició hacia fines de los años 90, precisamente para tratar de sacudir esa imagen de bueno y barato. La estrategia ha durado ya dos décadas, veinte años en los que hemos asistido a la presentación de vinos de precios inéditamente altos y de gran calidad (muchas veces, una calidad que justifica esos precios) pero que no siempre ofrecen un carácter, un sentido de lugar, una personalidad que no sólo los diferencia, sino que sobre todo hable de Chile con claridad.

Y esto de la falta de carácter no es para nada menor. Y no es menor porque vinos de estilo internacional, de alto precio y de gran calidad hay por cientos en el mercado mundial. En cambio, aquellos vinos con carácter chileno, como resulta obvio, sólo se producen en Chile.

Que Wines of Chile muestre por primera vez los vinos de secano y en especial, tintos hechos de uva país, significa un gran paso en ofrecer algo chileno, algo que nadie puede repetir en el mundo, algo que es propio. Sin embargo, la gran pregunta aquí es si Chile está orgulloso de eso, tanto como para divulgarlo. Yo no tengo la respuesta, aunque quizás tengo algunas sospechas.

A ojos de un extranjero experto ( y con algo de sensibilidad) no habría mucho que pensar. El desafío en términos de marketing sería fascinante: presentar al mundo del vino una nueva categoría, sólo encontrable en un país, con muchos ejemplos para mostrar, con una historia alucinante que contar y, además, con un estilo de vinos que hoy tiene las preferencias del mercado, tintos frescos, ligeros, jugosos.  Sin embargo, mi opinión, hay un componente cultural muy fuerte que juega un rol fundametal: la mala imagen que tienen el país entre los chilenos.

El país llegó al Nuevo Mundo de mano de los conquistadores españoles. Llegó a Chile, pero también a Perú, a Argentina, a Bolivia, a Estados Unidos. Y por casi cuatrocientos años fue la única variedad tinta con la que se producían vinos. Más tarde, en el siglo XIX, se comenzaron a importar las primeras vides francesas y entonces el país lentamente fue relegado a vinos del campesino; vinos comunes que no tenían el pedigree del cabernet, del merlot.

La generación de enólogos y dueños de bodegas chilenas que hoy está viviendo sus últimos años antes del recambio generacional, pero que aún mueven los hilos, crecieron viendo al país como un vino destinado sólo a tintos comunes. Entusiasmados por las cepas francesas y por los resultados que estaban teniendo en el mercado mundial (no en crítica, sino que más bien en ventas a precios muy bajos), consideraban a esta uva como de tercera categoría.

Hay otras imágenes que se me vienen a la cabeza con respecto al país y al poco aprecio que la elite chilena le tiene: La imagen de la pobreza del campo, la precariedad de los implementos para trabajar el viñedo y vinificar las uvas, los vinos masivos que se venden a precios muy por debajo de los costos de producción, la miseria del campo chileno. La imagen a la de un campo cualquiera, perdido en un rincón del tercer mundo, una fotografía gris en la que a los chilenos no nos gusta vernos reflejados.

La generación de recambio, sin embargo, comienza a pensar distinto. A pesar de que ellos han aprendido en sus respectivas facultades de enología que el con el país nada bueno podía producirse, y  a pesar de que por años siguieron esa norma, hoy los viajes a regiones productoras en el mundo, las degustaciones de vinos, las conversaciones con productores, el intercambio de experiencias, lo que finalmente les ha dado ha sido mucho más que las clases en la facultad de enología de la Universidad Católica de Santiago. Les ha abierto un mundo en donde vinos similares a los que pueden hacer con el país, no son solo tintos posibles, sino que sobre todo buenos vinos.

¿Qué es la vergüenza? ¿Ocultar un defecto? ¿Esconder bajo la alfombra algo que pueda ser objeto de humillación ante nuestros pares o ante los que queremos que sean nuestros pares? Tres preguntas que habría que responder en el vino chileno. Y ojalá responderlas cuanto antes.