Un espía chileno, una década más tarde
Patricio Tapia
Agosto 14.2018
Esto es algo que no sabía. Las lechuzas en Mendoza –me cuenta Laura Catena- viven bajo tierra. Hacen madrigueras en el suelo y, cuando llega la noche, salen a cazar. Les gustan los ratones, por lo tanto, controlan plagas en los viñedos. Es raro. Uno se imagina a eso búhos, girando sus cabezas en 360 grados, arriba de un árbol, con esos ojos abiertos y luminosos. Pero no bajo tierra, asechando a sus presas en medio de la arena y cal del desierto mendocino.
Con Laura Catena y Alejandro Vigil hablamos de lechuzas mientras probamos la serie de nuevos pinot noir que han reunido en Domaine Nico, el nuevo proyecto enfocado en pinot noir de sus viñedos en lo más alto de Gualtallary, a unos 1500 metros de altura, junto al Monasterio del Cristo Orante.
Estamos preparando un reportaje especialmente sobre esa zona, una esquina que está dando los mejores (o algunos de los mejores) vinos de Argentina. Mientras la terminamos, los vinos que vienen del monasterio me hacen pensar en los primeros años que hicimos Descorchados en Argentina, años complicados.
Y años oscuros, quizás. O al menos así nos gusta llamarlos, medio en broma, para recordarnos que esto es vino y no más, que no estaba en juego ni el futuro económico del país ni el equilibrio ecológico del planeta, sólo sucedía que los vinos eran todos iguales, llenos de madera, pesados como ladrillos, maduros como mermelada.
Hablo de hace diez años. Tuvimos muchas discusiones por esos tiempos. Incluso bodegas que nos vinieron a mostrar sus vinos y que, tras charlar, probar, discutir y recibir sus puntajes (la mayoría mucho antes de recibir los puntajes) nunca más nos enviaron muestras ni menos quisieron saber de nuestras invitaciones.
Y era que lo que proponíamos por esos años sonaba extraño. Darle espacio al frescor, bajar la madera nueva o usarla de una manera tal para que sólo fuera un elemento más y no el protagonista. Proponíamos bajar la madurez para que los lugares se expresaran. No había que ser muy inteligente como para darse cuenta de la diversidad de terruños en Mendoza y las tremendas posibilidades que tenían de mostrarse a través de una cepa tan plástica como el malbec. Mientras hablábamos de regionalidad, lo que la gente estaba pensando por esos años era en tonelerías. Marcas, tostados.
Nuestra idea no era abolir un estilo, no era eliminarlo del planeta. Lo que nos molestaba era que el señor Rolland estuviera monopolizando el gusto, imponiendo un tipo de mirada, no sólo como la única, sino que como la verdadera. Y nuestra pelea era allí.
Hubo momentos duros, también gente que se puso algo violenta o, en el mejor de los casos, que nos lanzó los puntajes del Advocate en la cara como prueba de nuestro error. Hubo un grupo que quiso reunir firmas para que nos echaran de Mendoza y nos llegaron a acusar de estar pagados por el gobierno chileno (yo soy chileno) para perjudicar a la industria argentina. Espías. Así de loco era todo.
Y bueno. El tiempo nos ha dado la razón. Y hoy ya no hay más peleas y no tratamos de explicar nuestros puntos de vistas, porque ya todos lo conocen. Otros han llegado también a decirles lo mismo y ya cuando no es uno, sino que varios con la misma idea, pues sí, ya se entiende.
Estamos en nuestra segunda semana de catas en Mendoza para Descorchados 2019 y todo es tranquilo, todo es suave, todo es alegría. El malbec brilla como nunca antes, y no sólo haciendo buenos vinos, sino que también mostrando toda su diversidad, todo su tremendo sentido de lugar. Los argentinos son rápidos, la tienen muy clara. Las señales no necesitaron ser tan rotundas como para que se dieran cuenta de que hacer sólo un malbec hiper maduro, hiper concentrado e hiper maderizado no los iba a llevar a ninguna parte. Alargar los vinos en vez de ensancharlos. Refrescarlos en vez de brutalizarlos. Esa era nuestra idea.