Mastícalo por mi, por favor

Patricio Tapia

Julio 08.2018

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Suele suceder por estas épocas que todo parece estar diseñado para el consumo inmediato. Productos que no te hagan pensar demasiado. Los sacas de su envase, los pones en el microondas y listo. A comer.

La televisión está llena de esos productos. Todo bien masticado para que el televidente satisfaga sus ganas de pasar un buen rato, mientras en la pantalla los tipos bailan o ventilan su intimidad o juegan a las sillitas musicales o se tiran de las mechas. Un circo. Comida fácil de digerir. Todo listo y dispuesto para que te sientes frente al televisor y comas lo que sea que alimente tus ganas de reír o que satisfaga tu morbo.

Y así sumamos libros, películas, discos. Nada que interpele, nada que te haga demasiadas preguntas, nada que te obligue a darle una segunda vuelta, a pensar un poco, a ponerte de pie y pedir unos segundos de pausa para tomar distancia y así juntar fuerzas y poder continuar. Por cierto que con los vinos pasa lo mismo. Pensemos, por ejemplo, en figuras geométricas.

Hay vinos que son circunferencias perfectas. No tienen aristas. Todo es fácil en ellos. Nada molesta. Los taninos bien redondos, los sabores lo suficientemente dulces para que no cansen. Algo de acidez, pero no mucha porque a la gente no le gusta la acidez. Y, por cierto, un poco de aromas tostados de maderas porque también con eso acariciamos al consumidor, le damos en el gusto que supuestamente tiene. Hamburguesas convertidas en vino. Pizzas. Todo bien masticado, listo para que se proyecte en el paladar sin molestar. Como la papilla que se le da a los niños de meses.

Nosotros, los que estamos metidos tras bambalinas del vino, tendemos a tratar a los consumidores como niños, pero más que con paciencia, con la actitud sobreprotectora de padres primerizos, atentos a no disgustar a ese pequeño ser humano que tiene rabietas por todo, al que poco a poco vamos malcriando. Padres que temen que sus hijos lloren. Todos los que somos padres sabemos de eso.

Y mientras por un lado seguimos escuchando que hay que “educar al consumidor”, por el otro continuamos con la perorata de que a nuestro recién nacido le va a dar la rabieta sino ponemos suficiente polvo de roble tostado en nuestros vinos o si no suavizamos la textura o si no agregamos algo de azúcar para que la acidez no lo despierte en la noche, y nos deje sin dormir hasta la mañana siguiente.

Existe, sin embargo, gente que cree que no todo puede ser circunferencias perfectas, que hay películas en donde el héroe muere y ganan los que supuestamente parecían ser los malos. O que un vino no necesariamente tiene que diseñarse pensando en lo que ese consumidor puede querer, sino que más bien en lo que el productor siente que tiene que hacer. Como en la televisión de nuestros días, como en el cine y en la literatura de nuestros días, esa gente son los menos. Pero son los que hacen que todo tenga sentido.

Figuras geométricas en donde se necesitan llenar espacios, en donde es necesario que el consumidor intervenga, que piense en cómo lograr que ese vino lleno de taninos o de acidez o de aromas extraños logre la circunferencia perfecta en el paladar, vinos que no se mastican antes de embotellarse, sino que exigen que el que los bebe o el sommelier que los recomienda, piense un poco antes de decir: “para carne a la parrilla.”

Vinos como poliedros, llenos de superficies planas que necesitan ser redondeadas para crear la circunferencia perfecta, apoyándose en la comida precisa y no sólo con un simple “carne a la parrilla” como recomendación para otro de los miles de cabernet o malbec que ya todos bebemos como consumimos realities. Vinos ya masticados, papilla para que el niño no llore y nos la tire por la cabeza. Si quieren que resuma mi idea de la armonía perfecta entre vino y comida, es ése: convertir poliedros en circunferencias.

Y, claro, para los que buscan algo más que una armonía desafiante entre vinos y comidas, existen otras preguntas. ¿Cómo es que ese vino, ése que no se contenta sólo con un bife a la parrilla, fue hecho? ¿En qué lugar nace eso que me pide agregar mucha más pimienta de lo recomendado para que la circunferencia se complete en mi boca? ¿Qué pasaba por la cabeza del que lo embotelló, sabiendo que faltaban partes para que ese vino se completara? Y, por cierto, ¿Quién es esa persona que pide que llene los espacios que él no llenó?


Nota: esta columna fue publicada por primera vez como editorial de Descorchados 2017