Reporte Sudamérica 2018

Argentina

Patricio Tapia

Julio 10.2018

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Allí arriba, en el futuro

La idea original era, entre otras cosas, tener algunas ovejas. Así fue que Matías Michelini (Passionate Wines, Superuco) compró un par y les hizo un pequeño establo de madera junto a la entrada de su predio en La Carrera, a unos veinte kilómetros al oeste de Tupungato, a dos mil metros de altura, en una ladera que mira de frente hacia los picos más altos de Los Andes.

Se trata de tres hectáreas de terreno, de las cuales dos están plantadas con viñas que Michelini trajo desde Tupungato en 2015; plantas adultas de pinot noir y chardonnay que lograron adaptarse a las condiciones límites de la zona, un lugar en medio de los Andes, rico en vegetación (las precipitaciones son de unos 700 milímetros al año, más del doble de lo que llueve, por ejemplo, en Uco), con álamos, pastos altos y suelos fértiles, que tradicionalmente habían sido usados para el cultivo de papas, en secano. Con esa cantidad de agua, no se necesita riego. 

Matías Michelini y sus viñas transplantadas en La Carrera.

Hace años que Michelini conoce el lugar. Él y su mujer, Cecilia, cuando apenas eran novios, hacia comienzos de los noventa, lo recorrían en moto. El circuito era Potrerillo, La Carrera, Tupungato y, finalmente, de vuelta a la ciudad de Mendoza; un gran círculo a los pies de la montaña. Por esos años, nadie aún había imaginado plantar viñedos allí. Tan alto, tan frío, tan lejos. De hecho, en ese tiempo nadie había pensado plantar ni siquiera en Gualtallary, la mayor altitud del Valle de Uco, 400 metros más abajo, siempre a los pies de los Andes, y que recién comenzó a poblarse de viñas hacia 1996.

No duraron mucho las ovejas. A los pocos días de llegadas al nuevo predio de Michelini, los pumas atacaron de noche y se las comieron. Sin embargo, las plantas, apenas tras un año de haber sido plantadas, sí dieron frutos, el primer pinot noir elaborado jamás en La Carrera, 280 botellas de un jugo de cerezas y flores, tan fresco, tan fácil de beber. Pero sí, 280 botellas apenas; un par de gotas.

En el futuro, Michelini espera hacer unas tres mil botellas de esas dos hectáreas. Sueña, además, con tener una casa allí en donde llevar a su familia los fines de semana. Y construir una bodega en donde vender solo a los turistas la totalidad de esas tres mil botellas que, sí, tienen un nombre: Clima límite. Piensa venderlas caras. Aún no ha sacado las cuentas, pero la idea es que la gente pague por probar vinos al límite de las capacidades de la vid.

Aunque Michelini es el pionero, el primero en obtener vino, no está solo. Otros nombres importantes en la escena mendocina también han comprado terrenos allí como Alejandro Vigil (Catena, Aleanna), José Lovaglio (Susana Balbo Wines), Federico Schneidewin (Contento Wines), Germán Masera (Escala Humana) y Giuseppe Franceschini (Saltimbanco, La Giostra del Vino). Se ha formado un barrio, uno que legalmente no es más que otra zona dentro de Tupungato, pero que no se parece en nada a todo lo demás. Los vinos que comenzaremos a beber de este lugar en la próxima década, debieran reflejar esa singularidad.

Pero hay más aventuras en lo más alto de Mendoza. En 2015, Jeff Mausbach y Alejandro Sejanovich (Tinto Negro, Teho) decidieron hacerse cargo del viñedo que el empresario mendocino Ariel Saud plantó en Uspallata, una diminuta mancha de cuatro hectáreas en un predio enorme de 44.000, en medio de la cordillera de los Andes, a dos mil metros de altura, junto a la carretera que cruza los Andes y llega a Santiago, en Chile.

A diferencia de La Carrera, aquí la vegetación es escasa, las laderas de las montañas están cubiertas de rocas de todos los colores y lo verde que sobrevive allí, o está cerca de los riachuelos que bajan de los Andes o son espinos que apenan necesitan agua para subsistir. Y el viñedo, por cierto, las cuatro hectáreas de chardonnay, malbec, pinot noir y algo de cabernet franc, plantadas en 2008.

Cuando recorremos el viñedo con Alejandro Sejanovich, vemos, sobre nuestras cabezas, un cóndor sobrevolando el cielo rabiosamente azul. Aunque está a mucha altura, de todas formas se puede sentir el tamaño de este animal, sus alas enormes cortando el viento, mientras planea suavemente en medio de la quietud de la montaña. En términos de soledad, de aislamiento, de desierto, es difícil encontrar un paisaje similar plantado con viñas en Mendoza. 


Jeff Mausbach y Alejandro "colo" Sejanovich en Uspallata

Sejanovich lo sabe y sabe también que ese paisaje extremo implica problemas, uno de ellos es un viento que sopla todo el día y que seca el viñedo o que hace difícil la floración. Y también está la insolación de la altura que obliga a tener cuidados extremos para que las uvas no se quemen y resten al vino todo el frescor. Y el resultado de la primera cosecha de estas uvas bajo la mano de Mausbach y Sejanovich es auspiciosa, especialmente cuando se trata de su malbec que tiene las ricas y jugosas frutas de la cepa, pero también con el marcado tono mineral que no es para nada habitual en los tintos mendocinos.

Por el momento, esas cuatro hectáreas dan apenas unas 4.500 botellas de Bodega Estancia Uspallata, repartidas en cantidades similares entre este malbec, un pinot noir y un espumante. Son pocas botellas que, de concretarse el proyecto, se venderían en el futuro restaurante que estará junto a la bodega. Habrá que esperar, pero el hecho concreto es que la idea de seguir subiendo en altura es ya una realidad. Esperen, en el futuro cercano, otros proyectos aún más arriba en los Andes, aunque no necesariamente en Mendoza.


Casi Nada

En medio del desierto, pero esta vez algo más al norte de Mendoza, el pueblo Los Berros vive de la minería. Se trata de apenas un puñado de cuadras de casas pequeñas y modestas, algunos comercios minoristas y un prostíbulo en una esquina, disfrazado de salón de baile y cabaret. A pesar de que su población apenas supera las trescientas almas, la agitación de pueblo minero se siente en el constante paso de los camiones cargados de cal, que va a Chile para ayudar en la extracción del cobre. 

La cal se extrae en la Sierra de Pedernal, una cadena de montes que esconden depósitos calcáreos marinos, formados hace casi quinientos millones de años, 450 millones de años antes que los Andes emergiera como columna vertebral de Sudamérica. Estamos en la provincia de San Juan, y si quieren aventurarse por una de las más nuevas y prometedoras zonas vitícolas de Argentina, el Valle de Pedernal, primero deberán pasar por Los Berros y sentir esa cal que viene de las explosiones en la sierra; la cal que se mezcla con la tierra que dejan como estela los camiones a su paso.

Pedernal no tiene una gran historia vitícola. Tal como Gualtallary, en el Valle de Uco, comenzó a ser plantada hacia mediados de la década de los noventa. Sin embargo, su historia ha sido mucho menos, digamos, rutilante. Si hoy Gualtallary es el epicentro del Valle de Uco y, de acuerdo a Descorchados, una de las tres o cuatro fuentes de los mejores tintos de Argentina, Pedernal ha permanecido a la sombra. Y por muchas razones. La primera, y la más probable, es que está en San Juan. Y San Juan no es Uco, no tiene bodegas diseñadas por arquitectos que firman autógrafos, ni hoteles de lujo con bañeras llenas de pétalos de rosas ni menos restaurantes que sirven bife convertido en burbujas de nitrógeno.

La verdad es que Pedernal, para un turista, no ofrece nada o casi nada. La cómoda y rústica posada de los Graffigna (la familia que alguna vez fue dueña de las más de cincuenta mil hectáreas que comprende este valle) es lo único que hay allí para dormir. Tampoco hay señal de teléfono. Una vez que Los Berros ha quedado atrás, el aislamiento es total, pero a cambio están las montañas imponentes que se alzan por todos lados y los verdes pálidos de la vegetación que apenas sobrevive en medio de la sequedad del desierto. Y el silencio, un silencio que de tanto en tanto es interrumpido por el viento de los Andes bajando a toda prisa por el valle.

Pedernal tampoco es la zona más plantada de San Juan. Ese logro se lo lleva Tulum, con más de 40.000 hectáreas de viñedos. Tulum, además, es la zona histórica, el lugar desde donde se expandió el vino en San Juan. Sin embargo, y aunque hay vinos ricos en Tulum, nada memorable nace de allí. Eso es mérito de Pedernal que, con sus menos de ochocientas hectáreas, es hoy la zona más apreciada por los productores que se han establecido y comprado tierras en el valle.

Pero no han sido muchos los que se han afincado en Pedernal. De hecho, son solo cuatro: Peñaflor (Finca Las Moras) Grupo Millán (Fuego Blanco), Grupo Salentein (Pyros) y la familia Graffigna, que tiene esta posada simple y acogedora y un puñado de hectáreas que plantó en el año 2002, cuando la zona comenzaba a surgir como posibilidad en la escena de vinos finos argentina.

Todo ellos tienen viñedos muy jóvenes; los pioneros fueron otros. Si mientras en Gualtallary, a mediados de los noventa, Chandon y Catena estaban incursionando e impresionando a todos con sus viñedos a más de 1300 metros de altura, en Pedernal fue un grupo mucho sexy, por decirlo así, el que se aventuró a plantar a una altura similar en la zona más alta de San Juan. Los locales los conocen como “los de la Pepsi”, un grupo de inversores que, además de embotellar esa gaseosa, también se interesaron en Pedernal para la vid. Y tanto fue su interés, que le compraron 45.000 hectáreas a los Graffigna. Hoy, ellos son los principales dueños de viñedos en el valle, con unas trescientas hectáreas, pero nunca han embotellado bajo marca propia. Pepsi, como podrán imaginar, no cuenta.

El valle donde los embotelladores de gaseosas pusieron sus ojos corre paralelo a los Andes, encajonado entre montañas. La parte más al norte es la más baja, con los viñedos de los Graffigna a unos 1200 metros. A medida que se avanza hacia el norte, la altitud se eleva, llegando a los 1500 metros en las viñas que José Millán y su team de Fuego Blanco plantaron sobre los lechos de riachuelos ante un paisaje espectacular de montañas que cortan el cielo como navajas.

Es un desierto despoblado, sin almas, tal como las zonas más altas de Uco lo fueron, hace no mucho. Los viñedos de Fuego Blanco, aún muy jóvenes, recién están dando sus primeras cosechas por lo que deben comprar uvas a productores. Sin embargo, esos primeros vinos (comercialmente disponibles en 2018-19) ya muestran un tremendo potencial, pero no solo eso, sino también particulares notas minerales. En los suelos de Fuego Blanco hay de todo, desde cal a pizarra, pasando por suelos aluviales, ricos en gravas y arenas. Un mosaico. Veremos lo que sale de allí.

Vecinos al viñedo de Millán se encuentra Pyros. Recorro el lugar con Gustavo Matocq, el viticultor. Esta subsidiaria de Salentein tiene ochenta hectáreas hacia el este de la apelación, en los faldeos de la Sierra de Pedernal. Matocq me explica que mientras la mayoría del componente calcáreo de los suelos de Uco en donde de ellos tienen viñedos es bacteriano (las bacterianas cubriendo las rocas, como pintura), aquí, en esta zona de Pedernal, la cal se compone de sedimento de fósiles marinos, más similar a la cal que se encuentra en zonas como Chablis, en la Borgoña.


Los suelos de cal en Pedernal

Esto no es necesariamente mejor ni peor, sino que más bien es distinto y, por el momento, solo es posible tener algunos indicios de su efecto en el vino a través de un cuartel especialmente rico en cal, de los viñedos en las laderas de la sierra que Pyros comenzó a plantar en 2008. Se trata del Block 4, un malbec rico en expresión frutal, intenso en sabores a frutas rojas, pero sobre todo con una estructura firme y una textura similar a la tiza, algo parecido al efecto que tiene la cal en zonas como Altamira. Incluso esas frutas de malbec, crujientes y refrescantes, tienen una tensión similar.

Eduardo Casademont es el enólogo de Finca Las Moras, parte del grupo de bodegas de Peñaflor, y aunque tiene frutas y viñedos en todo San Juan, cuando se trata de sus vinos más ambiciosos como el malbec Pedernal Sagrado, él opta por esa zona de altura (unos 1350 metros) donde cuentan con unas 35 hectáreas de malbec sobre suelos muy pedregosos. Una selección de esas viñas le da unas mil botellas de este tinto radiante en frescor, no necesariamente generoso en cuerpo, pero sí muy tenso en acidez y en taninos. Comparte con los mejores ejemplos de Pedernal ese vigor de la fruta, y también la verticalidad de los taninos, similares a los mejores ejemplos de Gualtallary y Altamira.

Y sí, hay ciertos parecidos, no lo vamos a negar. Y sí, es muy probable que aquí esté también una parte del futuro del vino en Argentina, siempre yendo hacia la montaña. Uspallata, La Carrera y también este valle en la zona más alta de San Juan.


Donde todo comenzó

Don Víctor Hugo Tejera toma un paño de la cocina y, en medio de la conversación, casi con sigilo, limpia la mancha que ha dejado alguno de nosotros sobre la mesa, al servir las copas de vino. Allá afuera, el viejo viñedo de malbec es tratado con igual cuidado.

Los viñedos de Tejera son, en realidad, herencia de su mujer, la nieta de Héctor Meli, inmigrante de Parma que a comienzos del siglo XX llegó a Mendoza, junto a otros miles de compatriotas, buscando una nueva vida en el Nuevo Mundo. Los inmigrantes llegaron a Mendoza sin nada más que sus ganas de trabajar y su cultura, y gente como Meli hizo lo que siempre había hecho: cultivar la tierra, plantar olivos para el aceite, maíz para el pan y parras para tener vino, tres alimentos sobre la mesa. El lugar escogido por Meli fue El Peral, en el departamento de Tupungato, en el Valle de Uco.

Para quienes crean que Uco es un descubrimiento reciente, y que solo comienza con Gualtallary o Los Chacayes, pues aquí está el viejo viñedo que Tejera y su mujer tienen en El Peral y San José, dos de los epicentros desde los cuales la viticultura se extendió por los piedemontes andinos hasta llegar, como ya lo hemos visto aquí, a lugares hasta hace poco impensables.

El Peral tiene su encanto especial. Justo al oeste del pueblo de Tupungato, la capital departamental, y junto a Gualtallary, su topografía es rica en pequeñas laderas que lo separan de la monotonía de las grandes superficies planas plantadas de viñedos que abunda en Uco. En El Peral están esas laderas y también hay mucha vegetación, árboles frondosos, chacras generosas en tomates y lechugas. Tejera me explica que es por la cantidad de vertientes que hay en la zona y que la abundancia de agua, además, hace que no se sienta tanto el calor del desierto en este pequeño oasis.

Tejera le vende las uvas de su vieja viña a Gen del Alma, que a su vez lo envasa como Crua Chan, uno de los mejores vinos que hemos probado este año en Descorchados y no solo porque es un malbec delicioso que lleva el sello ágil de los vinos de Gen del Alma, sino además porque tienen esa sutileza de los malbec de El Peral.

Los propietarios de Gen del Alma, Andrea Mufatto y Gerardo Michelini, llegaron a la zona casi por casualidad. En 2014 buscaban una bodega para vinificar sus vinos y dieron con una vieja construcción de los años cincuenta, hoy conocida como La Milonguita, en donde no solo ellos producen sus vinos, sino también el de varios otros amigos que se han sumado a la idea de tener una suerte de pequeña comunidad enológica. En total, La Milonguita produce unas 170.000 botellas.


Andrea Mufatto y Gerardo Michelini


Pero esta bodega no solo les resultó ideal en tamaño y en precio de arriendo, sino que también les permitió conocer la zona. “Cuando llegamos –relata Michelini– varios de los productores vecinos se nos acercaron, preguntándonos si nos interesaba comprarles uva. Y así fue como fuimos conociendo el lugar”. Pero no solo eso. Para ampliar esa idea de comunidad, hicieron un vino con esas uvas, el Superlógico tinto que tiene un 85% de malbec, algo de syrah, de semillón, de malvasía y de cabernet que los vecinos iban trayendo a la bodega para llenar el tanque de fermentación.  “Los viejos viñedos tienden a desaparecer. Como estamos muy cerca de Tupungato, esto terrenos son urbanizables, así es que lo que nosotros hacemos es ayudar a salvaguardar los monumentos históricos que son estas viñas, les intentamos dar valor”, agrega Michelini.

La performance de El Peral este año en Descorchados ha sido sobresaliente. A Gen del Alma se suma Vaglio Wines, de José Lovaglio, con su bodega a media cuadra de La Milonguita; Piedra Líquida y la Giostra del Vino, ambos proyectos de Giuseppe Franceschini, y también bodegas grandes como Trapiche, que compra uvas a la familia Coletto para su malbec Terroir Series. Todos los vinos de estas bodegas tienen en común un cierto frescor, una generosidad frutal deliciosa que los hace ser muy abordables. Y aunque no vienen del lugar más hot hoy en Argentina, gracias a productores que no han tapado sus sabores con madera o supermadurez, muestran su cara más pura en años de historia.