Descorchados Chile 2019
Extrañas Aventuras
Patricio Tapia
Diciembre 14.2018
Don Alfonso está a cargo de la balsa que cruza el Río Bueno, los treinta y algo de metros que tiene el cauce de esas aguas verde oscuras y calmas a la altura del pueblo de Trumao, en el Valle de Osorno.
Don Alfonso parece a la vez concentrado y hastiado de su trabajo. No hay emociones fuertes sobre esas aguas que se desplazan como adecuándose a los tiempos calmos de esta zona rural del sur de Chile. Dirige el timón de su balsa de memoria -la inercia de 45 años haciendo lo mismo- indicando de vez en cuando cosas que probablemente ha advertido miles de veces: no se acerque mucho al borde, deje el auto con el freno de mano.
La vegetación, a ambos lados del Bueno, es generosa. El verde intenso de los árboles se alimenta, no sólo de las aguas del río a su lado, sino que de alrededor de mil milímetros de lluvias anuales que, además, permiten que aquí los pastizales para el ganado (la principal actividad de la zona) nunca falten. En el sur son las lecherías las que han dado prosperidad, como también las grandes plantaciones de pinos que han arrasado con el bosque nativo de este lugar, a unos 900 kilómetros al sur de Santiago, una zona en la que hasta hace muy poco se creyó imposible cultivar la viña.
Con la mirada en algún punto del cauce del río, Don Alfonso asiente cuando le pregunto si sabe de viñas por aquí cerca. Ya casi culminamos el viaje de algo más de cinco minutos que nos separar de la otra orilla. “Claro que hay”, me dice, apuntando con su dedo incide tras su espalda, pero sin desviar la vista del Río. El lugar a donde este balsero apunta es a los viñedos que, muy cerca de allí, plantaron los hermanos Porte en el año 2000, una ladera que mira al Bueno, parras de pinot noir.
Don Alfonso, en el Río Bueno
Cuando Patrick y Olivier Porte, dos franceses del Valle del Loire, compraron ese terreno en 1999, ni se les pasaba por la cabeza plantar viñas. Propietarios de un importante aserradero en Osorno, a media hora de camino de allí, lo que buscaban era un lugar tranquilo para descansar. “Pero lo primero que vimos a la entrada era un parrón y entonces se nos prendió la ampolleta.” Me cuenta Patrick, mientras probamos su Cruchón Pinot Noir 2017, la cosecha número trece ya de Coteaux de Trumao, que fue como bautizaron a su pequeño proyecto.
En un comienzo “al menos las tres primeras cosechas”, asegura Olivier, ellos mismo hacían el vino, pero era tan malo que ni ellos se lo tomaban. En 2008, sin embargo, se toparon con el productor francés Louis Antoine Luyt y el asunto cambió. Por eso años, Luyt vivía en Chile, rescatando viejas parras de uva país, una cepa que estaba aún lejos de la popularidad que hoy ostenta. Pero el hiperquinético Luyt tenía energía para otros proyectos y, cuando conoció a los Porte y su viñedo a orillas del Río Bueno, comenzó a ayudarlos.
Desde ese 2008 hasta ahora, Cruchón no ha hecho sino que -cosecha tras cosecha- mostrar consistencia en un vino que no se parece a ningún otro pinot noir en Chile. Las intensas lluvias, el frío que ya comienza a fines de febrero, y los suelos volcánicos que parecen transmitir sus sabores a las uvas, hace que este vino tenga una pureza rara vez vista en el pinot chileno.
Pero son esas mismas condiciones de lluvias y fríos las principales razones para que esta zona, tras 20 años de haber sido plantada por primera vez, aún sea una especie de excepción, una aventura extraña en medio de la relativa seguridad que presenta plantar viñedos más al norte, donde llueve menos, asegurando uvas más sanas y donde los fríos llegan más tarde en la temporada, evitando que las heladas quemen los brotes de las parras.
Hoy en la zona de Osorno, hay cinco productores: Coteaux de Trumao y Trapi, a ambos lados del Río Bueno. Ribera Pellín, en San Pablo. Más hacia la Cordillera de Los Andes, el proyecto Lago Ranco de Casa Silva y, más hacia el sur, Puelo Patagonia de la bodega VillaSeñor. En total, no alcanzan a las cincuenta hectáreas plantadas.
Rodrigo Moreno quiere que ese número de hectáreas aumente. Socio en la bodega Ribera Pellín, pionera junto a Coteaux de Trumao en la región, ejecuta un proyecto junto a los agricultores locales, muchos de ellos indígenas huilliches, una rama de los Mapuches, la etnia que habitaba esta parte del continente a la llegada de los españoles.
En 2016 Moreno comenzó a trabajar con diez agricultores y, en total, plantó siete hectáreas que comenzarán a dar frutas desde la cosecha 2019. Para Moreno, el principal desafío ha sido trabajar con gente que no tenía en su ADN el trabajo en la viña, pero que aún así ha sido una sorpresa ver con el cuidado que manejan sus viñedos y con el entusiasmo que enfrentan el trabajo. “La idea es pagarles alrededor de un dólar por kilo, lo que es un buen precio en el mercado, pero que es mucho más de lo que ellos recibirían trabajando otros cultivos.” Agrega Moreno.
Rodrigo Moreno, Ribera Pellín
Hasta hace 20 años, en Osorno no había cultura del vino. Había cultura de la madera y, por cierto, de la leche. El predio de 280 hectáreas en donde se extienden las cuatro hectáreas de viñas de Ribera Pellín es propiedad de la familia Herbach y, principalmente, es para que las vacas deambulen y se alimenten del crujiente pasto del húmedo y frío sur de Chile. Sin embargo, en 2000 Cristían Sotomayor, gerente comercial de la Viña Valdivieso y pariente de los Herbach, los convenció de que había otros lugares en el mundo muy parecidos (Nueva Zelanda fue lo que usó como ejemplo) donde la viña podía crecer y dar frutos. Alejandro Herbach, su primo, enganchó con la idea y ya en 2007 tenían su primera cosecha.
Hoy Ribera Pellín produce unas diez mil botellas, entre las cuales hay un espumante nature, hecho de pinot noir y chardonnay, que debe estar entre los mejores de Chile. “Las condiciones climáticas del lugar promueven a los espumantes”, me dice Moreno. Para este estilo, se cortan las uvas más temprano, evitando las copiosas lluvias de otoño e invierno, que aquí abundan.
Una teoría similar fue la que tuvo Casa Silva cuando se decidió a plantar viñedos junto al Lago Ranco, casi a los pies de Los Andes, en un escenario espectacular de montañas, bosques nativos y una pared de viñedos que hoy suman ya 14 hectáreas, todas mirando las aguas azules del Ranco.
René Vásquez, viticultor de Casa Silva, dice que la gran masa de agua del lago (cuya superficie es de más de 1,700 kilómetros cuadrados) es una fuerte influencia en el clima de la zona, moderando las temperaturas y disminuyendo el riesgo de heladas. Sin embargo, el problema principal allí son las lluvias. “Hay años que llegamos a los dos mil milímetros” Dice Vásquez. Ese detalle compromete seriamente las uvas para vinos “tranquilos”, los que deben esperar una mayor madurez, pero no para uvas cosechadas antes de que las lluvias comiencen a caer con más fuerza, como es el caso de Fervor del Ranco, el espumante que Casa Silva produce con chardonnay y pinot noir.
Los viñedos de Casa Silva en Ranco
Sin embargo, cuando la temporada no es tan lluviosa, como 2017 por ejemplo, las uvas para vinos tranquilos maduran sin problemas y dan vinos de una acidez radiante y de sabores jugosos y refrescantes como las versiones 2017 de Lago Ranco Sauvignon Blanc y, por supuesto, una de las revelaciones de este año en Descorchados, el Lago Ranco Riesling.
Es probable que por estas condiciones extremas, el Valle de Osorno sea un territorio para pequeños aventureros. Miguel Torres es la única bodega grande que ha puesto los ojos en la zona, pero sólo comprándole uvas a la viña Trapi, otro de los proyectos que hay que seguir de cerca y en donde Rodrigo Romero, enólogo de Calcu y Los Maquis, es socio.
Torres usa sauvignon blanc de Trapi para su recién estrenado Cordillera Sauvignon Blanc 2017, un blanco que nada tienen que ver con los sauvignon que se hacen en la costa del Valle Central. Más austero, con una acidez intensa, y más mineral que tropical, esta es una visión muy distinta de la cepa, cuando ya se pensaba que nada más se podía decir del sauvignon chileno.
Con Torres siendo parte de Osorno, se abre una pequeña ventana para que otras bodegas se arriesguen. Sin embargo, con lo que ya hay, es por ahora suficiente. Una pequeña comunidad de aventureros que está haciendo vinos en un escenario magnífico, y bajo condiciones extremas para el contexto de Sudamérica. Y los vinos que producen están a la altura.